Tánger se ha vuelto a morir
Universidad de Granada
Opinión de Granada
20/6/08
Al atardecer, el escritor Mohamed Chukri nos recibió en un restaurante. Se sentaba a escribir en una mesa lateral junto a la ventana y había mandado decorar el local con las fotos de su vida. Escribía en hojas sueltas de cuaderno escolar, con una caligrafía menuda de renglones torcidos, casi circulares. Tenía la cabellera rizada y gris, un bigote grande y sincero, y sus ojos negros y tristes revelaban la serenidad del que ha leído mucho. Vestía una chaqueta excesiva para octubre en ciudad de mar, llevaba la camisa abierta hasta el pecho, y no desatendió la escritura para ver quién había llegado. Después de abrazarlo, Mustafá Akalay me presentó como un escritor granadino. Chukri me examinó desde el fondo de sus ojos, y sus párpados no cambiaron el gesto de la pena. "Entonces usted es de la tierra de Federico García -me dijo-. Siéntese aquí y hágame el honor de tomar una copa de vino". Contó que él ya no bebía, sólo un poco de coñac por la mañana para frenar el temblor de alcohólico irredento que tenía en las manos. Nos contó que los fundamentalistas lo habían amenazado de muerte por hablar de las putas de Tánger, nos dijo que Paul Bowles se había muerto sin pagarle los derechos de autor que le correspondían, nos habló del espíritu de los rifeños, y de Juan de
Parecía vencido, Tánger también parece una ciudad vencida. A mediados del siglo anterior, con la pérdida del estatuto internacional y la independencia del estado de Marruecos, la ciudad cayó en un abandono del que ya no la puede rescatar ni siquiera el talante resuelto y viajero de sus gentes. Desde su independencia, el estado marroquí no sólo se negó a mantener abiertas las puertas de Tánger, sino que hizo clausurar el puerto franco, y levantó la exención tributaria con la intención de centralizar los poderes. La dispendiosa ciudad de los cabarets y las sombrererías terminó sumida en el fracaso. El estado marroquí parece empeñado todavía en arrebatarle la condición mundana, alegre y moderna, y bien asentada en el mundo del Estrecho que siempre tuvo. Ahora la ruina va devorando los edificios, y la pasión unificadora de todo estado, con su dique infranqueable de funcionarios, se ha impuesto sobre una historia milenaria de puerto y almacén, de comercio y bulevar. El Boulevard Pasteur ya no es el de antes, el de los tiempos en que los hindúes cenicientos vendían relojes y grabadoras, llaveros y baterías alcalinas. Se han ido, y los bazares están desprovistos, los géneros desfasados, y los mostradores polvorientos. Las librerías que dieron tanto nombre a la ciudad se han transformado en quioscos de prensa y chucherías, tebeos en inglés de los héroes Marvel y del Capitán América, y administraciones de loterías con boletos de dibujos simples. Los tangerinos están sentados en los veladores, sin café ni refrescos, sin prisas ni quehaceres, en el mismo lugar en el que se colocaron el día de la pérdida del estatuto internacional y del comienzo de la huida masiva de los capitales a
Todo esto comenzó a suceder por los años en que Mohamed Chukri nació, pero no por ello su muerte es menos relevante. Con Chukri, este otoño, Tánger se ha vuelto a morir.
JOSÉ LUIS SERRANO
1960
Es jurista, ambientalista y filósofo. Trabaja como profesor titular en la Universidad de Granada. Tiene numerosas publicaciones en géneros científicos y, aunque escribe desde que tiene memoria, Al amparo de la ginebra es su primera obra literaria publicada. Autor de Febrero todavía (Planeta, 2001).