domingo, 4 de mayo de 2008

Amores ocultos, Mohamed EL MESSARI

Amores ocultos


TRABAJOS PREMIADOS EN LAS CONVOCATORIAS DEL
PREMIO EDUARDO MENDOZA DE NARRATIVA
2004


Mohamed EL MESSARI
Fue un día señalado aquel en que se enteró nuestro barrio de que Madani, el de la tienda, el hijo de Hachmía, la usurera más vil que se conociera. Un cuarentón decrépito, socarrón, menudo, tuerto y tan tacaño que sus enemigos, y eran legión, aseguraban que el hombre todavía conservaba la calderilla que le dieron el día de su circuncisión
[1]. Aquel ser cuya sola presencia agriaba el ánimo más alegre, el pesetero más sagaz estaba perdidamente enamorado y nada menos que de la más hermosa de las mozas de nuestro barrio, incluidas las nazarenas. Amina, la guapa que suscitaba la admiración de todos los moradores del barrio y no sólo por sus enormes trenzas castañas o por su perfil perfecto, sino porque demostró, tras la muerte de su madre, que era una chica cabal y digna hija de Rahma la Yeblía, la mujer que pudo, con amor y comprensión, liberar la barriada del Fuerte de uno de los maleantes más temidos. Amina, decidió malograr las ilusiones de sus numerosos enamorados dedicando su codiciada juventud a la cría de sus cuatro hermanos.
La noticia corrió entre las callejuelas escarpadas del barrio como la neblina marina en las tardes pegajosas de verano. Todo se supo a raíz de lo ocurrido aquella mañana en el Zoco.
Paco Bukrira
[2], Rhonía la vendedora de hierbabuena, Matilde, la vieja dueña del puesto de chufas y altramuces, Selam el Barbero y el apopléjico Tarifa fueron testigos de primera fila del suceso que pudo haber terminado ensangrentando los adoquines que pavimentaban la calle Maestra María Jaén, justo a la entrada de la Plazoleta.
Cuenta Paco que aún no habían dado las nueve de la mañana cuando Maimón Chonate apareció en la bocacalle. No había mucha gente transitando. Los niños que llenaban la calle de bullicio en esa hora, estaban ya en sus pupitres y el bar de los Rábano estaba aún vacío. Chonate llevaba algo enrollado en un periódico viejo bajo el brazo y se dirigía con paso firme hacía la Plazoleta. Se paró un instante frente a la corroída puerta de la escuela. Parecía estar abstraído, profundamente turbado. Reanudó sus pasos hasta plantarse en la tienda de Madani. Éste presintió algo y se incorporó esperando alguna reacción de Chonate. Con voz estrepitosa, tono amenazador y clavándole unos ojos inyectados de sangre le dijo:
-¡Madani, soy rifeño y muy peligroso!
Una mueca ambigua se desdibujó en el rostro de Madani. No parecía estar demasiado sorprendido, ni atemorizado, pero seguramente esperaba oír todo menos aquella amarga afirmación de Chonate.
Después de un largo y pesado silencio, Madani llegó a balbucir:
-Mira Maimón,...yo soy de aquí y muy pacífico.-respondió con frialdad calculada.
Tal respuesta podría haber desembocado en una larga conversación pero Chonate era por naturaleza parco de palabras y no estaba allí para un regateo verbal. Tenía que pasar de inmediato a la parte práctica de su cometido. Desenrolló lentamente el papel de periódico y con mano trémula sacó una enorme navaja de carnicero. La blandió como si la viera por primera vez y acto seguido la llevó con determinación hasta las mismas narices de Madani.
Éste se espantó, trató de recular pero la mercancía que le rodeaba por todas partes hacía la maniobra imposible. Pensó que si el Chonate quería rajarlo ya lo habría hecho y se quedó tieso como una estatua en una espera interminable. Quiso decir algo, hacer lo que sea pero la situación sobrepasaba su capacidad de reacción y las ideas se le enredaron. En situaciones similares, y sin el frío filo de la navaja por medio, habría puesto el grito en el cielo, posiblemente habría prorrumpido en un sinfín de insultos contra el agresor y como último recurso habría hecho llamar a la pareja de Guardia Civil que estaba en el cuartelillo y que no distaba más de cincuenta metros en la cuesta de la iglesia de San Ildefonso. Esta vez la situación era harto diferente y compleja. El hombre que le apuntaba con la navaja no era un cliente de su madre, ni un simple bravucón de los que merodeaban ociosos por las callejuelas del barrio, sino el ser que engendró a la mujer, que desde hace mucho tiempo le robaba el sueño. Amina, el rayo de luz que iluminaba la vacuidad de su vida. Tampoco podía olvidarse que el hombre al que se enfrentaba le precedía también una fama bastante inquietante. En sus años jóvenes, Chonate era un hombre de mucho cuidado, un camorrista que hacía temblar hasta a los más aguerridos legionarios y un ladrón tan temerario que no dudó una vez en saltar las verjas del cuartel de Artillería para robar piezas de motor y vendérselas a los chatarreros del Sardinero. Pero Chonate ya no es lo que era. Había cambiado mucho desde que un día sus hermanos se pusieron de acuerdo en sacarle del medio en que estaba. Se fueron a El Biut, un pueblo de Anyara, y de allí le trajeron a Rahma, una lozana y bella cabileña, con la misión expresa de llevarlo al buen camino. La Yeblía
[3], como a él gustaba llamar con devoción, lo enderezó con creces. Poco después de su casamiento, incluso antes de que Rahma cayera embarazada de Amina, su conducta y su destino habían cambiado radicalmente. Dejó su vida de haragán jaranero y se consagró por entero a su nueva familia. Se dedicó a la venta ambulante de pescado por otros barrios de la ciudad. Eso lo hacía desde la madrugada hasta el mediodía. Las tardes las dedicaba por entero a su mujer. Se le veía atareado ayudando a Rahma para adecentar la chabola donde vivían; enjalbegando el patio, talando las paletas de chumberas que invadían los espacios abiertos o cuidando de los geranios que florecían por doquier. Sus compinches trataron en vano de persuadirle para que siguiera encabezándoles. Finalmente desistieron dejándolo a su suerte, muy convencidos ellos, de que la “Yeblía” le estaba atiborrando de orejas de burro[4]. De su turbulento pasado sólo quedaban los recuerdos, una ficha policial desbordada y mil tatuajes esparcidos por la geografía de su sólida y formidable corpulencia. La muerte súbita de Rahma de un parto mal asistido, tras más de veinte años de vida común, sumió a Maimón en la más oscura de las desesperaciones. Dejó de oírse su ronca voz pregonando la frescura de caballas, jureles y bogas. Las canastas de caña compañeras de sus fornidos brazos durante muchos años yacían arrinconadas bostezando en el patio, ya abandonado a merced de las chumberas y las malas hierbas. Poco a poco fue frecuentando el bar Manolo, donde paraban algunos de sus antiguos acólitos. Volvía a casa de madrugada arrastrando horrendas borracheras. Chonate pasaba las noches delirando.
Aquel hombre herido en el alma estaba empuñando un arma y parecía importarle poco de dónde era natural su adversario y mucho menos su declarado pacifismo. Él vino a zanjar un asunto y lo estaba haciendo de la manera que mejor sabía.
-Si te atreves a acercarte otra vez a mi hija, juro que te mataré con esto.- lo dijo con inconfundible determinación.
Madani estaba absolutamente anonadado. Le sobrecogía el alma tener un arma letal tan cerca. Él estaba presente en los sucesos más trágicos del barrio, con su ojo sano vio cómo el Gato degollaba como a un cordero el día del Aid El Kebir al hijo del teniente Buzián, por un asunto de faldas y cómo los miembros del clan de los Rábanos cosieron a navajazos a Juan el Tuerto, el gitano más pendenciero del clan de los Luises. Asistió a cruentas peleas entre los borrachines que atestaban el bar del Rubio, pero él nunca se implicó ni fue implicado. Lo máximo que pudo protagonizar fueron las agrias riñas con los endeudados que no respetaban los plazos inflexibles que su madre imponía.
Le abrumaba aún más el ver disiparse como una bocanada de humo por el efecto de una ráfaga de aire el sueño tan largamente acariciado por él; tener muy pronto entre sus brazos a la dulce Amina. Durante meses y meses, Madani, hizo soterradamente lo indecible para tener un hueco entre sus pretendientes, pero fue la más absoluta indeferencia lo que cosechó. Ella no estaba para él, ni para nadie. Desesperado, fue a buscar a Rabea, la vieja casamentera en la barriada de los Rosales. La taimada vieja fue muy cauta con él, no le dio grandes esperanzas y tampoco podía darlas. Al fin y al cabo, ¿qué mujer podría vivir con un ser tan rastrero como Madani? ¿Quién podía desear tener a la marrullera Hachmía como suegra? Eso sí, le sacó muchísimo más dinero de lo que Madani pensaba ofrecerle a cambio de sus servicios. Una tarde, tras el rezo de Al Asr, la vieja apareció por la tienda como simple cliente. Cuando estuvieron a solas, exigió desde el principio que le abonara lo acordado en el primer encuentro y cuando ya tenía los billetes bien anudados en un mugriento pañuelo y el pañuelo sigilosamente guardado en alguna parte debajo de su descolorida chilaba, le dio la noticia más feliz de su vida. Le dijo que la mujer de sus sueños aceptaba casarse con él, pero que ponía dos condiciones: que él se comprometiera ante los adules
[5] a abonarle todos los meses lo necesario para que sus hermanos no les faltara de nada y que no la privara de estar con ellos todo el tiempo que ella quisiera. A pesar de las regañinas de su madre, Madani vencido por su pasión aceptó el trato y como demostración de su buena voluntad le envió como presente con Rabea un anillo de oro, un corte de brocado para hacerse un caftán y unas babuchas cubiertas de terciopelo. Amina rechazó categóricamente el regalo sin siquiera abrir el paquete y le hizo saber, a través de la casamentera, que no había trato sin el consentimiento de su padre y que ella se iba a encargar de hablar con él.
-Paso, paso..
Las voces provenían de fuera de la tienda. Seguramente llamados por alguien, entraron corriendo a la tienda don Alberto el maestro acompañado del faquí Larosi. No hubo necesidad de mediación. Chonate estaba envolviendo la navaja en el papel con la misma lentitud con que la había desenrollado. Pidió paso para salir y los curiosos que se habían agolpado en la puerta de la tienda le despejaron el camino. Se alejó por donde había venido. Madani al fin pudo hablar, se dirigió al faquí como excusándose:
-Yo sólo quería cumplir con mi religión
[6], ¿Es pecaminoso casarme según los preceptos de Alá y Su Mensajero?
El faquí ni le contestó. Junto con don Alberto salieron de la tienda.
En la madrugada del día siguiente, los vecinos de Maimón el Chonate le vieron salir con las dos canastas camino de la lonja.
Tánger, el 12 de junio de 2003
[1] En las fiestas de circuncisión, es costumbre entre los musulmanes dar dinero al niño circuncidado inmediatamente después de la operación. Con ello pretenden mitigar el dolor causado por la operación.
[2] El de la pequeña joroba.
[3] Serrana.
[4] Entre los musulmanes de Ceuta, el consumo de las orejas de burro convertían al más tozudo de los hombres en ser más dócil.
[5] Asesores del Cadí encargados de redactar las actas matrimoniales entre los musulmanes.
[6] En base a un dicho del Profeta el casamiento es considerado entre los musulmanes como parte esencial de la religión.