jueves, 26 de julio de 2007

Al Qaida: Musharraf en el punto de mira / POR / AIMAN ZOUBAIR

Padrino durante muchos años del fundamentalismo Talibán, el régimen paquistaní, que rige los destinos de la única potencia nuclear islámica, se balancea peligrosamente entre el despotismo militar y las aviesas intenciones de Bin Laden
POR AIMAN ZOUBIR/ MADRID.
nuclear islámica, se balancea peligrosamente entre el despotismo militar y las aviesas intenciones de Bin Laden. No ha llovido mucho en Pakistán desde que, en 1977, un general mostachudo y sanguinario se hizo con el control de los designios del país al derrocar al Gobierno nacionalista de Zulfiqar Ali Bhutto y declarar un Estado islámico, el segundo más poblado de la Umma de Mahoma, después de Indonesia. Al igual que había ocurrido en otros países de confesión musulmana, el general Zia ul-Haq aprovechó el estrepitoso fracaso de la experiencia nacionalista para levantar sobre sus escombros una nación profundamente religiosa, fortalecida por los dólares del esplendor petrolero saudí. Un cuarto de siglo después, el Pakistán de Pervez Musharraf no presenta muchos cambios. Pese a contar con el paraguas protector de los Estados Unidos, las autoridades de Islamabad no logran despojarse de la imagen medieval, antioccidental y amenazante que sugiere este país, de más de 150 millones de habitantes. Tal y como ocurrió en 1977, el general Musharraf aprovechó el descontento creado tras la derrota, en 1999, del Ejército paquistaní ante las fuerzas indias en la batalla por los Altos de Kargil, en la región de Cachemira, para deponer de un cuartelazo el Gobierno democrático de Nawaz Sharif. El golpe de estado amenazaba con aislar internacionalmente al general paquistaní pero los atentados del 11-S, a los que Al Qaida denomina «las conquistas de Nueva York y Washington», y la posterior guerra de Afganistán iban a cambiar radicalmente las tornas. La ecuación parecía sencilla, Pervez Musharraf debía comprometerse a colaborar con la Administración estadounidense en el derrocamiento del régimen de los talibanes en Afganistán y a extirpar a los elementos de Al Qaida, a cambio de la legitimación de su Gobierno. Han pasado tres años desde que se cerró ese acuerdo y salvo el destronamiento del régimen Talibán, el panorama es igual de apocalíptico. Éxito relativo Aventado el enjambre afgano, los servicios de seguridad paquistaníes están sumidos en una batalla permanente contra la red Al Qaida. Hasta el momento se han infligido duros golpes a la organización terrorista, sobre todo con las detenciones del palestino Abu Zubaida, en Faisalabad; del yemení Ramzi Benalshib, en Karachi, y del kuwaití Jalid Sheij, en Rawalpindi, en una casa a sólo cien metros de los cuarteles del mando central del Ejército. Pese a estas exitosas operaciones de Inteligencia, las amenazas sobre Pakistán y Musharraf siguen latentes, tal y como han mostrado varios intentos de asesinato del mandatario paquistaní. Por si esto fuera poco, Pervez Musharraf ha tenido que lidiar durante el último año con la corrupta cúpula militar, que se ha visto inmersa en un grave escándalo de tráfico de tecnología y material nuclear. Oficialmente, el caso se cerró con la autoinculpación del padre de la bomba nuclear paquistaní, el científico Abdul Kadeer Jan, confesión que no ha impedido que la comunidad internacional vigile recelosa el arsenal nuclear paquistaní y desconfíe de las palabras de Musharraf, cuando minimizó este turbulento escándalo al calificarlo de «simple tráfico», obra de «científicos individuales movidos por el ansia de dinero». El «país de los puros» -eso significa Pakistán- es la única nación del orbe islámico que posee armas atómicas. Se trata de una potencia nuclear situada en una zona extremadamente sensible y que se ve enfrentada a dos vecinos hostiles, la India, también con armamento nuclear, e Irán, en vías de conseguirlo. Consciente de la importancia de este factor -el nuclear-, Al Qaida está empeñada en deponer al presidente Musharraf. En los mensajes de Bin Laden y su lugateniente, Aiman Zawahri, se insiste de forma inquietante en la necesidad de acabar con «el infiel» Pervez Musharraf. «Llamo al pueblo paquistaní a unirse detrás de la bandera del Islam. Todo musulmán en Pakistán debe intentar quitarse de encima a ese gobierno traidor que sigue rindiéndose ante los norteamericanos, lo que conducirá a la destrucción de Pakistán para que los indios puedan controlarlo», había declarado el egipcio Zawahri en un mensaje sonoro que difundió la cadena qatarí de Al Yasira, el 25 de marzo pasado. Auge islamista El general paquistaní tiene motivos para preocuparse. El descontento de altos mandos del Ejército quedó patente cuando días antes de la ofensiva estadounidense contra Afganistán, el jefe de la principal agencia de inteligencia, el general Mahmood Ahmad renunció a su cargo en señal de protesta. La relación de algunosaltos mandos paquistaníes con miembros de Al Qaida sigue vigente y no sería de extrañar que fuera utilizada contra Musharraf. Por otra parte, la coyuntura política no invita al sosiego y los éxitos militares frente a los talibanes y elementos de Al Qaida refugiados en Waziristán Sur, región montañosa fronteriza con Afganistán, le están pasando una factura políticamente inasumible. Antes minoritarios, los partidos islamistas nutren incesantemente sus filas. El partido fundamentalista Consejo del Trabajo Unificado es ya la segunda fuerza parlamentaria y goza de una amplia base en las influyentes Karachi, Rawalpindi y Peshawar, ciudad que fue para los «yihadistas», durante muchos años, la puerta de entrada a los campos de entrenamiento de Afganistán y a la que en la literatura del Yihad se conoce como «el umbral del Califato perdido». Pero donde más enemigos se ha ganado el presidente paquistaní es sin duda entre las tribus de las zonas fronterizas con Afganistán, donde todos los indicios hacen pensar que está escondido el propio Bin Laden. Tradicionalmente hostiles a Estados Unidos, los líderes tribales pashtunes no han dudado en desafiar el Ejército paquistaní, exibiendo las fotos de Bin Laden y dando refugio a sus hombres.
AIMAN ZOUBAIR